Por Animeros de Caravaca./ En Caravaca, hace unos cuarenta o cincuenta años, no era costumbre ni la comparsa ni la chirigota, desconocemos si en algún otro momento lo fueron. Lo que sí había eran como dos carnavales que se celebraban simultáneamente pero en paralelo, sin mezclarse.
Por un lado el carnaval popular celebrado por el común del vecindario en el cual la gente no se disfrazaba de nada en concreto. Simplemente se “vestían de máscaras o de taparujos”. Se colocaban ropas viejas y se tapaban la cara con cualquier cosa. A veces se travestían vistiendo los hombres con ropas de mujer y viceversa. Entre los recuerdos de mi niñez permanece la voz impostada de esas máscaras aproximándose a cualquiera y espetándole el clásico “¡A que no me conoces!, sacudiendo a un tiempo una alargada calabaza seca que portaban y en donde las pepitas sueltas que contenía actuaban como jocoso sonajero.
El carnaval en aquellos años estaba prohibido por el régimen del generalísimo de infausto recuerdo. Pero como Caravaca era entonces un pueblo en el que nos conocíamos todos (lo de Ciudad Santa vino, gracias a Dios, bastante más tarde), la autoridad hacía la vista gorda y las máscaras invadían las calles. La doméstica policía municipal de entonces, Los llamados “municipales”, entre los que se contaban El Parrala, El Capitán Quincalla, José el Municipal o Juan El Peruelo, no ejercían ese día como agentes –salvo altercado de por medio. Las máscaras hacían suyas las calles del pueblo y se concentraban principalmente en las Cuatro Esquinas, en la Esquina de la Muerte , en la Calle Mayor y en la Plaza del Hoyo. No paraban de bullir y de incordiar con gran algarabía a todo aquel que se les antojara. Como eran tiempos de poca abundancia algunas máscaras salían portando una alcuza y pedían aceite para elaborar las tortas fritas en la noche del reventón, que era, y sigue siendo, el martes de Carnaval por la Noche.
Por otra parte y en paralelo a este festejo popular, tenía lugar un carnaval más refinado, celebrado por lo más selecto de la sociedad local. En este carnaval sí se disfrazaban de manera más elaborada, con trajes de época, de piratas, de lobo… en fin se disfrazaban de algo concreto. Solían ser disfraces de una cierta distinción. Este carnaval tenía lugar en los salones del Casino y en los del Círculo Mercantil donde se celebraban bailes el domingo, lunes y martes de carnaval y a los que sólo podían asistir aquellos que pertenecieran a familias de una extracción social concreta.
El carnaval se extendía durante el domingo, lunes y martes, siendo el día más fuerte y concurrido el Martes de Carnaval. Al termino de ese día se celebraba LA NOCHE DEL REVENTÓN en donde en cada casa se elaboraban tortas fritas, con chocolate que se comían hasta no poder más, hasta “reventar”.
Al día siguiente era Miércoles de Ceniza. Ese día se ayunaba rigurosamente y nuestros padres nos llevaban a los muchachos a la iglesia a que nos impusieran la ceniza. Todo el mundo salía con la frente cenicienta y con el sonido del “Memento homo, quia pulvis es et in pulverem convertitur” (recuerda hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás), resonándole como un eco en la cabeza.
Eso se hacía seguramente con la idea de recordarnos lo poco que somos las personas y de hacernos una llamada contra la soberbia y la opulencia. No sé yo, verdaderamente, si lo entendíamos aquellos niños que éramos entonces. Eso sí, aquello nos parecía muy solemne e íbamos muy serios y repeinados. Y resonaba en nuestro interior, una vez y otra: pulvis es et in pulverem covertitur, pulvis es et in pulverem covertitur…, pulvis es et in pulverem covertitur….
El domingo siguiente, el Domingo de Piñata, volvían a salir las máscaras por última vez como un epílogo del carnaval que no volvería hasta el año siguiente: “¡Qué no me conoces!”…
Hoy el carnaval en Caravaca nada se parece al tradicional, hasta se ha cambiado la fecha al sábado anterior al domingo de Carnaval. Se han impuestos los desfiles, las comparsas, se ha amoldado en definitiva a los usos que postulan los medios de comunicación de masas. Un carnaval de lo más corriente al uso actual. Es, por otra parte, lo lógico. Lo que sí se sigue conservando es la NOCHE DEL REVENTÓN, incluso se montan puestos callejeros de ventas de TORTAS FRITAS y se consumen esa noche con chocolate en la mayor parte de los hogares caravaqueños. Es el último reducto de nuestro modesto carnaval que en ese refugio se resiste a morir frente a la inclemente presión televisiva unida a la indiferencia colectiva. ¡Que no me conoces!...
¡FELIZ NOCHE DEL REVENTÓN A TODOS!
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